#ElPerúQueQueremos

“YO SÓLO QUIERO PEGAR EN LA RADIO...”

Sobre la imposibilidad de imaginar...

“Y estudiar era pecado, clandestino era saber. Porque cuando el pueblo sabe, no lo engaña un brigadier”.

(Piero)

Publicado: 2023-05-20


El título de este artículo es la cita textual del coro de una canción del grupo Bacilos. Relata los afanes de un cantante que sabe que para ganar dinero y reconocimiento, debe acceder a las grandes productoras y a los medios de difusión masiva. Sin embargo, esta regla cabe tanto para los músicos como para los políticos, todos saben que una campaña electoral sin acceso al poder mediático, es prácticamente inexistente. Esto revela que hoy día la principal forma de existencia pública se da a través de los medios de comunicación. Para el gran público, un “artista” será reconocido como tal, sólo si su obra es difundida en los medios de comunicación. Un “político” será reconocido, si, y sólo si, es entrevistado por algún “serio periodista” en algún programa político de televisión. Todo este histriónico montaje reposa sobre un justo derecho universal al que se acude cada vez que se quiere perpetrar un crimen contra el sentido común: La libertad de expresión, que hoy en día, ha sido subsumida dentro del derecho de libertad de empresa.

Cuando J. Stuart Mill en el s. XIX abogaba por el derecho que tienen todos a expresar sin restricciones ni censuras los pensamientos y las propias ideas, la libertad de expresión era un concepto novedoso pero con muchas resistencias. Los poderes de turno en Inglaterra estaban anclados en una monarquía, con dogmatismos religiosos, en una moral conservadora y con un poder político basado en la naturalización de las jerarquías. La lucha por la libertad de expresión, en ese contexto, fue revolucionaria y transformadora.

Logradas las reformas liberales, muchas veces reprimidas a sangre y fuego, se entendió que la libertad de expresión era clave para poder entender lo peligroso que es impedir que una persona pueda expresar sus ideas con libertad. Pues no solamente se bloquea la voluntad de un ciudadano, sino que además, la sociedad en su conjunto, pierde la posibilidad de encontrarse, quizás, con la idea que estaba esperando, o con la solución a un problema colectivo. Con el tiempo, la libertad de expresión se convirtió en uno de los pilares más importantes del sistema democrático y liberal, tan importante como el estado de derecho, la iniciativa privada para desarrollar empresas, el derecho a maximizar ganancias con la especulación financiera, o la igualdad ciudadana ante la ley.

Con la aparición de los primeros medios masivos de comunicación (como los periódicos, luego la radio, y más tarde la televisión), los Estados y sus legislaciones reconocieron el poder de los medios, y la importancia que tienen para difundir ideas y mensajes , sin embargo, los medios son también empresas y en su largo camino, la dinámica empresarial es la que ha primado sobre la libertad de expresión. La lógica económica terminó cooptando la libertad de expresión, la hizo funcional a la maximización de ganancias, la redujo a mera libertad de difusión, convirtiéndola en una pieza del engranaje económico.

Los medios de comunicación han contribuido también a generar la llamada Sociedad de Masas, un paradigma nuevo de sociedad, cuyo objetivo es la estandarización de los gustos, de los hábitos de consumo, la difusión de un cierto tipo de inamovibles valores (como el dogma del dinero), y la sumisión ante el poder, para facilitar las reglas del libre mercado, recluyendo a la Imaginación –aquel requisito espiritual para transformar la realidad- en las mazmorras de la publicidad y la propaganda.

En este contexto, los medios inventan un producto insólito: “la noticia”, un artefacto virtual de comunicación, un artículo de consumo cuya riqueza reside en su novedad y en su alta pretensión de verdad. La noticia es un producto efímero, dura poco, por eso es que su consumo debe ser cotidiano, como los cigarrillos. Para lograr la sensación de estar “bien informados” es necesario consumir noticias todos los días, la mayor parte del día, y con ellas, inconscientemente, consumimos una serie de mensajes que no nos importan, pero que a la larga, terminan moldeando nuestro sentido común.

COMUNICACIÓN Y PODER

El poder mediático ha desarrollado la capacidad de “construirnos la realidad”, accedemos a través de los medios a lo que consideramos real y verdadero, formamos nuestras opiniones a partir de los criterios e insumos que nos dan los medios todos los días. Hemos abandonado la calle, el parque, la esquina, el mercado, las reuniones con amigos para intercambiar información sobre el país, la región, sobre el barrio o la comunidad. Ahora configuramos nuestra idea de realidad a partir de los medios de comunicación.

Con ese poder los medios han creado una realidad paralela que a menudo no se parece a lo que nuestros cuerpos sienten y perciben, sino a los temores que los medios institucionalizan en nuestro interior. Y los dejamos hacer eso, porque los ciudadanos –cada vez con menos tiempo para vivir, sólo para trabajar- se “enteran” de lo que pasa a través de los medios, y asumen que todo lo que es difundido en un periódico, en la radio o en una pantalla, es verdad. Los medios producen “la verdad”, la difunden y la moldean; establecen las agendas y le dicen a la “ciudadanía” qué cosa es importante y qué cosas son peligrosas. Eso sin contar los riesgos que existen de corrupción, los medios pueden venderse a determinados poderes, también pueden mentir, y lo peor, es que la sociedad no tiene control sobre ellos, sino, basta recordar los “vladivideos” de los broadcasters corruptos Schultz y Crousillat.

La llamada Sociedad de Masas hasta el s. XX, estaba habitada por seres humanos con gustos homogéneos, con ideas semejantes, con las mismas metas, con los mismos miedos, y con los mismos hábitos de consumo, matices más, matices menos, hoy se ha complejizado. En el siglo XXI, a la masificación global de las sociedades hay que agregarle la sensación de inmediatez que nos dan las nuevas tecnologías, ésta simultaneidad genera el llamado “tiempo real” en la comunicación. Sin embargo, las consecuencias de ésta complejización y mediación del arte de comunicar, por parte de la tecnologías, han dejado “obsoletos” aquellos viejos ruidos que servían para hablar, y el contacto humano ha sido sustituido por la imagen.

Gracias a las tecnologías de la comunicación se ha configurado una nueva manera de sentir el tiempo y el espacio, ahora el espacio se ha desligado del tiempo, ambos se pueden manejar por separado y recombinar después. Por ello, viajar por largos periodos (de tiempo) alejándonos de la familia, por ejemplo, son ahora más “tolerables” porque la tecnología nos comunica y nos “acerca”, nos venden la idea de que “no estamos lejos”, cuando en realidad es todo lo contrario, nos dan las herramientas y la justificación, para alejarnos. Nos han obligado a aceptar las ausencias como algo natural, nacen las relaciones humanas a distancia, que en el fondo no tienen nada de relaciones, y dejan de ser poco a poco, humanas. Todos se quieren mover sin parar, “conquistar el mundo”, porque siempre está el teléfono para “acercarnos”. El gran negocio del siglo XXI es la gestión y naturalización de las ausencias.

COMUNICACIÓN INCOMUNICANTE

Hoy necesitamos del teléfono móvil, el internet, la prensa, la televisión, etc. Sin las tecnologías de la comunicación, no podemos comunicarnos. Me pregunto una cosa: ¿En qué nos han convertido la tecnología, los medios y el afán de lucro? Ya éramos “hombres masa”, gente masificada y terriblemente anónima hasta el s. XX, hoy somos lo mismo, pero además, seres inútiles e inexistentes dependientes de la tecnología. Aquí, cabe preguntarse por la “libertad de expresión”. ¿Se pueden expresar todos por igual en un mundo en el que si no tienes acceso al poder mediático no existes?

La respuesta es no. Teóricamente, cualquiera tiene la “libertad” de expresar sus ideas en una plaza pública, en una esquina, en su casa, en internet, por teléfono, o en un bar, pero el espacio público (es decir, el espacio que había para influir en, y, a los demás) ya no se encuentra en esos lugares, el espacio público, aquel “lugar” en donde tiene sentido la libertad de expresión, ese lugar por el que luchó John Stuart Mill, le pertenece hoy a unos pocos, nos fue expropiado: le pertenece a los dueños de los medios, a los llamados “broadcasters”. Nos robaron el ágora, borraron el círculo donde se reunía la comunidad, desterraron a los ancianos, y crearon canales de televisión para niños, alejando a los hombres de la política desde pequeñitos . Lo dijo Sartori hace tiempo en su célebre Homo Videns.

La libertad de expresión reposa sobre la capacidad que tiene un ciudadano de influir en los demás y de ser influido, es un “ida y vuelta”, con el poder de los medios, esta relación es de un solo lado, el ciudadano, es un receptáculo, la única manera que tiene un ciudadano común de ingresar al nuevo espacio público, es como participante de un talk show. Con las tecnologías de la comunicación, antes unos pocos observaban a muchos, hoy, muchos observan a unos pocos. La vida se ha convertido en un “reality show”.

El espacio público se ha desplazado hacia los medios de comunicación. Aquel espacio público, el que nos pertenecía a todos, donde podíamos entrar y salir, ya no existe, ahora existe el espacio mediático, y allí, es imposible entrar o salir cuando uno quiera. Pugnan por entrar los que quieren vender algo, y pugnan por salir los que han sido invadidos en su privacidad sin pedirlo.

Las tecnologías de la comunicación no han desarrollado la libertad de expresión, al contrario, han servido para controlar las expresiones y controlar los valores que se difunden. Marshall Mc Luhan lamentablemente se ha equivocado, las telecomunicaciones no han generado una “aldea global”, pues, en las aldeas todos se conocen y reconocen, lo que tenemos hoy es un panal multitudinario de anónimos y desconfiados consumidores, que trabajan uno al lado del otro en consonancia para un mismo fin: mover los engranajes de una desmesurada y descontrolada economía de mercado, aunque para eso tengan que sobrevivir, o vivir precaria y anónimamente.

Ni la internet con las oportunidades que nos ha brindado, ha logrado desarrollar la libertad de expresión; en el balance de la liberación, con la sociedad tecnológica, hemos perdido más de lo que hemos ganado. La desconfianza que tenía Herbert Marcuse respecto a las telecomunicaciones, se ha confirmado: De nada sirven los medios de comunicación si los valores que los sustentan nos incomunican, nos alejan y nos hacen dependientes. Los medios no nos han liberado, porque las herramientas en sí mismas no son liberadoras, lo que libera es el sentido y los horizontes en donde inscribimos nuestras acciones: lo que nos libera son los valores y los usos que les damos a las herramientas y tecnologías, gracias a los valores es que las acciones logran tener un propósito. Y lamentablemente, esos valores no han sido transformados, ya que no se trata de una transformación tecnológica, sino vital, de cómo entendemos y asumimos las cosas, de identificar relaciones de poder, de creencias, de fe. Por más cotidiano e inofensivo que nos parezca, se trata de entender que el poder invisible y “natural” de los medios de comunicación, es un problema político.

POLÍTICA Y COMUNIDAD

La política nació en el ámbito público, en la plaza del pueblo, en la reunión de los ayllus, en la asamblea del barrio. El parto de la política (y también del arte popular) no sobrevino en un set de televisión, o en las oficinas de los productores, o en una agencia de publicidad, o en una asociación de anunciantes, o gracias a la bondad de los broadcasters; la política, así como el arte popular, nacieron cuando unos y otros se miraban a la cara, cuando había confianza en las miradas, cuando aún en las discrepancias, había la sensación de ser iguales, cuando en la fiesta y en las celebraciones del pueblo los artistas no tenían ese halo inalcanzable de dioses que la publicidad y los medios les han dado ahora, cuando los políticos podían ser juzgados por la ley de los iguales, de los que viven cerca, cuando la corrupción era una tontería, un sinsentido, porque todos entendían que era absurdo robarse a sí mismos. Y digo todo esto, sin idealizar el pasado o a las comunidades, lo digo asumiendo las complejidades que éstas comportan, sin romanticismos.

¡No más! Ahora la política es monopolio de los especialistas, el arte se redujo a farándula, y los comuneros y ciudadanos fueron despojados de su poder, en fin, todo aquello que fue parte sustancial de la vida comunitaria, fue expropiado. ¡Nos robaron! Nos han robado la política y el arte, y han formateado nuestras costumbres. Somos masas de gente que sólo saben trabajar y consumir, pero ya no producimos todos juntos “Cultura”, porque ese derecho es ahora de los especialistas de “Choliwood”; y los expertos en “Política”, es ahora la actividad exclusiva de gente muy “especial” que sale en la tele, los demás, sólo miramos.

Comunicar viene de “comunidad”, comunicar es un fenómeno que se da en comunidad, curiosamente la sociedad global, con las tecnologías al servicio de los valores del egoísmo económico, han destruido los valores comunitarios. Somos ciudadanos sin comunidad, es decir, meros consumidores. Nos quieren en tanto podemos consumir, nos respetan en tanto consumimos, tenemos prestigio en tanto sabemos y podemos consumir.

Siguiendo a Sartori, al deshacernos de nuestras responsabilidades políticas y delegarlas a los especialistas, los medios santifican ese robo y nace así la telepolítica, haciéndonos creer que al estar “bien informados” podemos ejercer nuestros derechos efectivamente y elegir en “democracia”, no nos dicen que la vigilancia ciudadana, el retorno organizado de hombres y mujeres a la política, es el único camino para tener las riendas de nuestras vidas.

Lo mismo pasa con el arte. Los medios se han convertido casi en el único vehículo para consumir arte, para acceder al arte, y son los medios los que legitiman el arte, son ellos los que deciden qué es arte y que no. Han homologado arte y entretenimiento, arte y farándula. Son los medios de comunicación y los “programadores” los que legitiman y “recrean” el “gusto de la gente”, imponiendo a fuerza de repetición un tipo de música, un estilo y un determinado tipo de mensaje, por lo general promueven mensajes que exaltan la delincuencia, mensajes racistas, mensajes cosificantes para la mujer y cargados de una violencia simbólica impresionante.

Toda esta reflexión sobre los medios de comunicación y la política podría parecer que nada tiene que ver con la música o con el arte en general, sin embargo, sí existe relación, pues tanto el arte como la política han sufrido el mismo fenómeno de expropiación por parte de los medios. ¿Por qué? Pues, porque esas dos dimensiones de la humanidad (arte y política), son las que definen a una sociedad como más, o menos humana, como más, o menos justa. Una sociedad con políticos corruptos es consecuencia del alejamiento de los ciudadanos de la política, y una sociedad con valores egoístas y agresivos, es muestra de que sus artistas están al servicio de esos valores. El funesto papel de los medios en este juego, es el de banalizar y normalizar estos valores, es lograr que la gente se vuelva cínica e indolente. Y en este río revuelto, algunos pocos se hacen cada vez más ricos.

IMAGINACIÓN RADICAL

En este círculo vicioso, hay algo que se ha perdido: la capacidad de soñar con mundos diferentes, con valores distintos y mejores, con patrones de belleza más en consonancia con nosotros mismos. Se ha perdido la Imaginación, ésta cualidad es necesaria tanto para la política como para el arte. La política sin Imaginación, es sólo gestión, administración y gerencia, pero no transformación, el arte sin Imaginación, es sólo moda y entretenimiento. La Imaginación necesita sitio, espacio para desplegarse. Los medios acostumbrados a llenar todo, no le darán jamás espacio, ni tiempo. Por eso, la Imaginación es cuestionadora, es radical, es crítica y necesita crear, el arte que no tiene estas cualidades, es un arte de la repetición de fórmulas comerciales, es un arte que duerme, que doméstica y amansa el espíritu de la gente. Justamente, un arte que no critica, es un arte que duerme, pero que no sueña.

Los artistas (y políticos) que han despertado y cultivado la Imaginación, y que además apuestan por la transformación social, de ninguna manera aceptan la dictadura de los medios de comunicación, o mejor dicho, la dictadura a través de los medios de comunicación. Buscan otras formas de “lograr lo común” a todos, es decir, de comunicar y expresarse con verdadera libertad: En bienales barriales y populares, en festivales autogestionarios, en circuitos alternativos, acompañando movimientos sociales y organizaciones populares, relatando en sus obras la vida cotidiana y las luchas de éstos movimientos. Los políticos que emergen de estos movimientos saben cuál es el camino, aunque no los entrevisten “serios periodistas” a las ocho de la noche en la televisión.

Cuando la irreductible Imaginación se despliega libremente, compone una cultura nueva, una política nueva, una nueva moral y exige un nuevo “principio de realidad” para reordenar la sociedad. Al cultivo radical de la Imaginación y su despliegue objetivo en hechos y objetos artísticos (también políticos), le llamaremos Dimensión Estética, y como vemos, no es patrimonio solamente de los artistas, sino de todo ser humano despierto, insomne por el sueño de sus propias rebeldías.


(Escrito en Villa El Salvador, entre el 2005 y 2006)


Escrito por

Jorge Millones

Trovador y productor. Aficionado a la filosofía y las ciencias sociales.


Publicado en

Cascabel: Textos, imágenes y sonidos para el cambio.

Blog para compartir reflexiones que acicateen el pensamiento crítico y circular información solidaria e inflamable.