LA NUEVA AUTODEFENSA CIUDADANA
Historias de la Primera Línea I
Hace poco en las historias de Facebook e Instagram pude ver el vídeo de un compañero artista plástico muy talentoso. Y entre muchos talentos que le conozco no le sabía este: desarrollador de prototipos de cascos, máscaras antigases y armaduras para la protesta ciudadana. Mientras explicaba detalladamente cómo funcionaban, nos decía que su intención era proteger a la ciudadanía movilizada que recibe el ataque desigual por parte de la policía. Lo hace gratis y espera que lo puedan fabricar los diversos colectivos y se ofrece él mismo -con sus limitados recursos- para poder fabricarlos también. Así mismo, pudimos ver en las jornadas de lucha del mes de noviembre muchos jóvenes, mujeres y hombres que se organizaron en brigadas para repeler las bombas lacrimógenas, el gas pimienta y los perdigones, también vimos brigadas médicas, comunicación popular, entre muchas más. Sin duda, estamos ante una nueva forma de respuesta del nuevo movimiento ciudadano, en donde la legítima autodefensa, ya forma parte de la consciencia política.
Las fuerzas del orden, neoliberal
Para nadie es un secreto que ciertas instituciones del Estado han sido infiltradas por fuerzas políticas ultraconservadoras y que en las instituciones castrenses y policiales se reproduce lo peor del machismo, el racismo y el clasismo. Basta con ver la composición étnica y social de quienes hacen el servicio militar, en contraste con el color de piel de los generales del aire o los apellidos de los almirantes para darse cuenta que, en mucho, el Perú es aún un país de castas.
Y peor aún, desde que Vladimiro Montesinos vertió su veneno en dichas instituciones las fuerzas del orden fueron muy mal vistas y les costó muchos años ganarse otra vez el respeto y la confianza de la ciudadanía, pues en la vida democrática las fuerzas del orden no deben intervenir en la política y tampoco están obligadas a ejecutar órdenes que vayan en contra de los derechos humanos. La lección fue aprendida, aparentemente, sin embargo, esta vez hemos visto cómo el Grupo Terna de la policía ha sido utilizado para infiltrar, reprimir, detener, secuestrar, torturar amedrentar, entre otros delitos como parte de una estrategia para deslegitimar la protesta social y proteger a un gobierno golpista que se hizo con el poder producto de un zarpazo leguleyo.
Y es que las fuerzas del orden están cuidando no la institucionalidad y la seguridad ciudadana, sino, el orden neoliberal y los intereses de los grupos de poder económico. Cuando reprimen a las comunidades afectadas por la minería u otras actividades extractivas ¿Acaso no es verdad que la policía e incluso la Fiscalía operan desde dentro de las instalaciones de la empresa minera? ¿Acaso no hemos visto reiteradas veces como siembran evidencias a los dirigentes y otros ciudadanos que ejercen su derecho a la protesta? ¿Acaso no es verdad que durante los conflictos socio ambientales “balas perdidas” fueron disparadas desde armas de largo alcance y los asesinatos quedaron impunes? ¿Acaso no es verdad que en muchas ocasiones las fuerzas policiales que reprimen las protestas no llevan gafetes de identificación?
Cuando el congresista golpista Merino de Lama fue Presidente del Congreso apresuró la promulgación de la Ley N° 31012 el pasado 28 de marzo ya que el vacado presidente Vizcarra se negó a promulgarla debido a las advertencias y protestas de varios políticos y especialistas que decían que esa autógrafa era peligrosa para los DDHH y protege legalmente a la policía sabiendo que en contextos de represión y conflictividad social siempre hay excesos o puede usarse, como ha ocurrido, la represión policial como un arma política.
¿Qué es lo que sigue, la paramilitarización de la policía? ¿La creación de grupos de élite como Colina? Es evidente que en la estrategia de seguridad ciudadana debe distinguirse claramente entre delincuencia común y protesta ciudadana. Ya que en las manifestaciones en donde hay componentes políticos no se puede aplicar una estrategia de guerra contra ciudadanos movilizados que también pagan sus impuestos y con eso los salarios de las fuerzas del orden. El sector privado que influye para tener un servicio especial de la policía, como los bancos o las mineras, por ejemplo, distorsionan totalmente el rol de la institución policial. Y esto no va a cambiar con parches a la Constitución fujimorista del ´93, pues fueron ellos quienes diseñaron este orden. Esto va a cambiar con un gran diálogo ciudadano sobre qué entendemos todos por seguridad y cómo debiera ser la institución policial en una democracia moderna que remate en el cambio de la Constitución.
Formas de lucha y lucha de formas
Hoy la lucha política y social no solo está en las calles. Las redes sociales y las plataformas digitales se han convertido en otro campo más de las luchas sociales y ambas, la calle y las redes, interactúan constantemente. Los diseños de “flyers” y vídeos convocando a la marcha o durante la marcha misma, tienen una estética particular, un lenguaje particular que la nueva generación ha recuperado para la política arrancándolas del mundo del entretenimiento. La denuncia se mezcla con el humor, los hashtags y el lenguaje coloquial de las redes aparecen en las pancartas callejeras y lo que sucede en la calle y en la vida política se convierte en segundos en un meme. Lo que en siglo pasado hubiera sido considerado “la forma” se ha convertido también en parte del fondo. La complejidad de la política abarca ahora el mundo virtual y es aquí en donde hay una batalla feroz por la verdad. Por un lado, los medios de comunicación formales y los grupos de poder a través “bots”, páginas y “trolls” que desinforman, que tratan de desprestigiar y “terrukear” a la ciudadanía movilizada, pero, por otro lado, está la contra información de activistas y militantes que informan desde el lugar de los hechos. Entre ambos se disputan el sentido común de la ciudadanía y es aquí en donde reconocemos, otra vez, la necesidad de un cambio constitucional.
Quienes hemos padecido campañas injuriosas, difamaciones y una andanada de mentiras por parte del fujimorismo y sus aliados, sabemos lo importante que es tener una legislación especial para las redes sociales y demás plataformas digitales. Lo mismo para la inmunidad parlamentaria, pues son innumerables las veces en las que los congresistas se amparan en su inmunidad para derramar una serie de injurias y mentiras contra sus adversarios con garantía total impunidad.
Las campañas de “fake news” en el mundo de la Posverdad y la desinformación sistemática juegan a favor del desarrollo de micro fascismos que, al unirse, se articulan a fuerzas políticas de ultraderecha. No es casual que los reaccionarios machistas de estos tiempos se unan a los “pro-vida”, a sectas religiosas, a grupos anticientíficos, a homofóbicos, “terraplanistas”, “conspiranoicos” y demás especímenes cavernarios hijos de la nueva edad media que se mueren de ganas de capturar el MINEDU. Todos acaban políticamente articulados a colectivos de ultraderecha conservadores que defienden los fueros del aprofujimorismo, de sus aliados y de los grupos de poder económico quienes los usan como su “fuerza de choque” para no perder sus privilegios.
La denominación que diera Tafur de “derecha bruta y achorada” se queda corta para señalar la agresividad y el odio fascista que destilan personajes como Butters, Barba, Rey entre otros. Su odio a la protesta ciudadana es financiado por empresarios inescrupulosos que se encargan de amplificar su griterío a través de los medios y en las redes amparados en una perversa interpretación la de la libertad de expresión. ¿Cómo no va a ser urgente un cambio constitucional para acabar con esto?
Lucha el abuelo, lucha el nieto
El gran paro nacional de 1977 durante la dictadura de derecha de Morales Bermúdez fue de tal magnitud que obligó a los militares a pedir una negociación. Estábamos frente a un evidente momento destituyente en donde se generaliza en la población un desconocimiento total de la autoridad de gobierno, una voluntad de cambio inmediata y la necesidad de arribar a escenarios nuevos que remonten el impasse entre la represión gobiernista y la protesta/resistencia generalizada de la población organizada. Dicho proceso que fue producto de un cambio radical (en las raíces) de la correlación de fuerzas en la sociedad peruana trajo como consecuencia un proceso constituyente que se consagró en la Constitución de 1979.
Los principales sindicatos, frentes, partidos y gremios de todo tipo se movilizaron en todo el país. Barricadas en varios sectores de las principales ciudades, piquetes, toma de carreteras y locales públicos, todas las formas de lucha actuando simultáneamente no pudieron ser controladas por la dura represión policial y militar de esos años. La estrategia del desborde sincronizado había funcionado. Trabajadores, estudiantes, campesinos, vecinos y muchos más estaban organizados y sus gremios se convirtieron en espacios de formación política y ciudadana. Ahí no solo se discutía sobre nuestros derechos, la realidad nacional o se compartían lecturas de análisis de la coyuntura, también se aprendía como cuidarse en una marcha, qué es un piquete, dónde se hace una barricada, qué teléfonos se deben memorizar, a dónde acudir en caso de emergencia, cómo evitar la represión, los gases, cómo defenderte de los golpes, qué hacer si te detienen, etc.
La experiencia de lucha se fue pasando de generación en generación en las familias, las escuelas, las universidades, los gremios y sindicatos hasta los años ochenta. En adelante, la represión se paramilitarizó y vinieron los secuestros y asesinatos selectivos, así como las masacres. Durante el primer gobierno de García y también el Fujimorato se organizan el Comando Rodrigo Franco y el Grupo Colina, respectivamente, para el secuestro y aniquilación de opositores políticos, sindicalistas, estudiantes, dirigentes. La estrategia no era acabar con el terror de Sendero Luminoso ni con el MRTA, ya que a estos grupos los neutralizó y derrotó el paciente trabajo de inteligencia del GEIN a quien Fujimori jamás apoyó.
En ese contexto de violencia y represión es que se corta la correa de transmisión de experiencias militantes, la oralidad de las luchas desaparece por miedo. La brutal represión, la criminalización y el miedo generalizado hace que ya nadie hable de cómo se organiza la protesta y las formas de presión ciudadana. Es por eso que la generación de finales de los 80 y comienzos de los 90 fue la más reacia a la participación ciudadana, se hacían llamar “apolíticos” para encubrir su miedo y su cinismo. Un fatalismo y resignación que empezaron a mermar hacia finales de los años 90, cuando el movimiento estudiantil toma la posta y vuelven a tener presencia los principales sindicatos y las marchas acumulativas de esos años revientan en la gran marcha de los 4 Suyos.
La importancia del diálogo generacional es fundamental. El encuentro en la lucha misma entre jóvenes y viejos actualiza la lucha en los mayores y arraiga en una tradición el ímpetu de los jóvenes, ambas se complementan porque la Historia la hacen los pueblos a lo largo de los años. Las generaciones protagonizan determinados momentos, pero la suma constante de las luchas de todas las generaciones produce una tradición de lucha popular, una memoria imperfecta, seguramente, pero vital. Sin esa memoria y sin arraigar en esa tradición, no solo no tenemos identidad como pueblo, sino que se cae en el cortoplacismo, en la soberbia de pensar que cada año, cada generación “descubre” la pólvora.
La nueva primera línea
En una época de desprecio por aquello que fue previo al mundo digital diseñado -no lo olvidemos- por el neoliberalismo, las nuevas generaciones extraen sus experiencias de YouTube, Google, TikTok y las redes sociales. Ahí están aprendiendo cómo hicieron los jóvenes chilenos para resistir tantos días en las barricadas de Santiago, cómo se desactiva una lacrimógena, qué tipo guantes usar, qué tipo de máscaras llevar y como salir a la marcha. Porque esta generación valiente del bicentenario no tiene padrinos y nadie los financia, la inmensa mayoría son chicos y chicas del precariado que realmente no tienen nada que perder, salvo la dignidad y salieron a defenderla. Porque no solo hay que cuidarse de la vara, el gas pimienta, el “terna” infiltrado o el perdigonazo, también está el Covid-19 esperando por ellos y los suyos.
Por eso, enerva que mientras ellas y ellos exponen sus vidas desactivando lacrimógenas o recibiendo perdigonazos Beto Ortiz se burle de su valentía y los descalifique. Enerva que mientras están asustados resistiendo detrás de un precario escudo artesanal los embistes de la policía, los programas de televisión los “terrukeen”. Porque el miedo siempre es natural, pero la valentía es una decisión.
Por eso, las generaciones deben dialogar, intercambiar experiencias. No seamos como la generación que dejó solos a los jóvenes de los noventa que durante mucho tiempo se enfrentó solitaria al fujimorismo, aquella mal llamada “generación X”. Hoy debemos acompañar a la generación del bicentenario, hacerles sentir que estamos a su lado y que no la dejaremos sola.
Quizás sea necesario espacios de diálogo en donde los jóvenes les enseñen a los viejos cómo usar las redes sociales para la lucha. Y que los viejos les cuenten sus experiencias, sus viejos cuentos, porque solo la continuidad nos garantiza el porvenir y porque en el fondo, la lucha siempre es la misma.