#ElPerúQueQueremos

JORGE MILLONES

AHOGADOS POR TORRENTES

Fluyendo en la modernidad líquida

“Quizá la historia universal es la historia de unas cuántas metáforas”

J.L. Borges

Publicado: 2019-01-28


A dos años del fallecimiento de Zygmunt Bauman queremos reflexionar sobre sus aportes y recordar la ruta en la que se cruzaron sus ideas con algunas potentes ideas de otros autores. La modernidad líquida es sin duda la piedra de toque sobre la que construyó su teoría y visibilizó muchas de las crisis y transformaciones de nuestro tiempo, tanto en la estética, la ética, la política, la cultura y en otros aspectos de la sociedad contemporánea.  

RUTAS DE LA MODERNIDAD

Caracterizar el momento que atraviesa el horizonte civilizatorio occidental llamado modernidad, ha sido y es, motivo de muchos debates y de constantes intentos por explicarlo. Más aún, cuando este proyecto moderno ha llegado a ser hegemónico y de alcance global. Desde los llamados filósofos de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud, que señalaron críticamente, cada uno a su modo y énfasis, los aspectos que caracterizan a la modernidad occidental, hasta los que decretaron la defunción del proyecto moderno o su superación (Fukuyama, Lyotard, Vattimo, Ulrich Beck con su sociedad del riesgo y “segunda modernidad”, etc), se basaron en ubicar un aspecto o elemento característico y dominante del proyecto moderno para explicarlo en su totalidad.

La economía capitalista y su complejidad financiera, la expansión de la cultura judeo-cristiana y sus valores, el inconsciente, las pulsiones y la represión como base de traumas culturales, la razón instrumental desbocada, el fin de la historia, el fin de los grandes meta-relatos, la velocidad y el despunte tecnológico, etc, han sido, de alguna manera, grandes y complejas metáforas para explicar y dar sentido a los cambios profundos en la sociedad global que muchos analistas han usado.

Nosotros, habitantes de este mundo acelerado, agresivo y en constante cambio, constatamos cotidianamente una serie de transformaciones en las condiciones en las que discurre nuestra existencia individual y colectiva. Y surge la necesidad de comprender, de explicar y dar sentido a nuestras vidas y decisiones dentro de esas nuevas condiciones. Y es que, como decía Wright Mills en su célebre “La imaginación sociológica”, las más fructíferas teorías han sido aquellas sin afanes totalizantes, que avanzaron como “artesanos”, las que construyeron eficaces metáforas sociológicas y culturales para explicar ciertos aspectos que se consideraron relevantes.

Y vienen en nuestro auxilio -aunque a veces nos compliquen más la vida- gentes como Marshall Berman, quien a comienzos de los años 80 señaló que el capitalismo moderno ha venido diluyendo una serie de valores y vínculos sociales heredados de épocas feudales. Retoma una vieja frase de Marx (Manifiesto comunista) para decirnos que ante nuestros ojos “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Que el proyecto moderno tiene tres dinámicas: Una de carácter emancipador presente en la literatura, el arte y la política (modernismo). Otra de carácter tecnológico y económico (modernización) y una última de carácter efímero, cambiante percibida como una constante demolición ante la cual es imposible anclar cualquier tipo de proyecto.

Y queremos relevar este último aspecto, nos parece importante porque es en este ángulo del proyecto moderno en el que se han dado los cambios y transformaciones más dramáticos, pues aquí es donde se han destruido y construido aceleradamente subjetividades, formas de ser y de percibir, formas de relacionarnos y dar sentido a lo que vivimos, deseamos y no deseamos.

ZYGMUNT BAUMAN

CAMPO DE LA SUBJETIVIDAD

Llamémosle campo subjetivo, aquel ámbito en el que somos, en el que nos constituimos poco a poco como sujetos y que está sometido desde que nacemos a aquello que Foucault llamó tecnologías del yo, mecanismos que nos forman, nos moldean y nos incrustan finalmente en la sociedad. Por alguna razón, los autores mencionados le prestan mucha atención a este aspecto, es más, si estudian y analizan las estructuras materiales, económicas y jurídicas, son para ver sus efectos en el campo subjetivo. Y es que la sensación de felicidad, al margen de los valores que tengamos cada uno, se da en este ámbito.

Un cambio importante en la sociedad producto de la modernización fue ocasionado por la irrupción de la velocidad. La velocidad es un antecedente de lo que hoy experimentamos como “tiempo real”, la velocidad destruyó el mundo pre-moderno, la guerra y el dominio del territorio cambio con la velocidad. La aparición de las máquinas veloces trasformó la forma de vivir, de viajar y nacieron nuevas necesidades y riesgos. Quien mejor ha estudiado este fenómeno es el filósofo y urbanista francés Paul Virilio, propone el concepto de “dromología” para entender mejor los cambios que introducen en nuestras vidas las nuevas tecnologías de la comunicación, la sensación de instantaneidad permanente en la que vivimos y de cómo a partir de la velocidad se diseñan las ciudades y nuestras propias trayectorias vitales.

En un mundo veloz, es imposible parar, pues detenerse implica un gran riesgo de accidente o de quedar al margen en esta red de autopistas de súper máquinas que es la vida social. ¿Qué tipo de subjetividades produce la velocidad?

El antropólogo Marc Augé propone un concepto interesante que recoge mucho de la “dromología” de Virilio. Las condiciones de vida que la velocidad ha creado y posibilitado, también han trasformado el modo de percibir la realidad y de ubicarnos en ella, experimentamos el mundo a través de ordenadores, de celulares y redes sociales instantáneas en las que somos protagonistas al lado de sucesos importantes y hechos históricos que acontecen con gran rapidez para desaparecer luego por la aparición exacerbada de otros sucesos importantes.

Vivimos en una época -dice Augé- de superabundancia de sucesos históricos, a esa condición nueva le llama Sobremodernidad. Y en esta situación de excesos, de embotamiento informático e informativo, es imposible generar sentido, ubicarnos en el mundo y detenernos a pensar qué es lo que está pasándonos. En la Sobremodernidad, los individuos corren, vuelan, no se detienen, transitan. Su condición es la de perpetuos transeúntes que habitan lugares de tránsito, espacios del anonimato en el que es imposible construir subjetividades, historias personales duraderas. La mayor parte de nuestras vidas la pasamos circulando en estos espacios de tránsito al lado de otros miles de anónimos, “no-lugares” les llama Augé, espacios del anonimato creados para que la gran maquinaria de la velocidad siga funcionando.

LA LICUEFACCIÓN SOCIAL

Es en este momento, entrando el siglo XXI empezamos a experimentar todo aquello que atisbaron 25 años atrás los llamados críticos posmodernos. Hoy es mucho más claro a qué se refería Lyotard con “La condición posmoderna” que tanto revuelo causó en su momento y que hoy se ha quedado corta. Aparecieron una infinidad de posturas críticas que relevaban cambios en diversos aspectos: giro lingüístico, el giro cultural, el giro ideológico, entre otros, y todos enfocados en señalar que algo había cambiado radicalmente y tendrían profundas consecuencias en el futuro cercano.

Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco aparece en este contexto cuando bordeaba ya los 80 años y propone una nueva metáfora para entender el nuevo momento. En el año 2000 aparece la primera edición de “La modernidad líquida”, causando gran impacto en el mundo académico y político. Texto que daba cuenta de las nuevas condiciones de la civilización global, si Ulrich Beck nos dijo a fines de los ochenta que entrábamos en una época signada por el riesgo y la precariedad, “Sociedad del riesgo”, Bauman radicaliza ese diagnóstico y nos dice que la modernidad de la época de nuestros padres y abuelos ha desaparecido ahogada en los torrentes del riesgo. La “modernidad sólida” que construyeron las generaciones precedentes basados en valores como la razón, la igualdad, la justicia, el progreso, la solidaridad, la fraternidad, la soberanía y que dieron paso a instituciones como la familia, el matrimonio, el Estado, el trabajo, etc, han dado paso a una “modernidad liviana”.

Nos presenta una metáfora sociológica a partir de una dinámica de licuación o “Licuefacción” de aquellos valores e instituciones de la modernidad pesada, de la modernidad de los sólidos. En un mundo constantemente desregulado, con servicios y derechos sociales cada vez más precarios, en un mundo en constante crisis económica y una creciente inseguridad, es difícil anclar el sentido. Todo se ha licuado, todo se ha convertido en un torrente que se lleva de encuentro aquella modernidad que prometió seguridad y planificación, la esperanza en el futuro ya no existe, sobre-vivimos “fluyendo” en un perpetuo presente.

Bauman toma prestado este concepto de la Mecánica de fluidos y la Física, licuefacción social que caracteriza esta nueva época, tanto el Estado y las instituciones modernas son ahora cascarones que flotan en un torrente en el que la única manera de existir es consumiendo y desechando con rapidez, fluir en la modernidad líquida, sin intentar jamás construir otra vez un sólido.

En realidad, dice Bauman, la modernidad siempre ha tenido una vocación por “derretir los sólidos”, pero desde ciertas posiciones, discursos e instituciones sólidas como el Estado-nación, el mercado, la Iglesia, la educación, la familia, el amor, la patria, la revolución, etc. Hoy constatamos que la vieja promesa de la modernidad no se puede cumplir y que esas instituciones han sido las primeras en licuarse, en perder total sentido para los individuos. Una masa de sujetos individualistas, ávidos de consumir y fluir, de no anclar, individuos formateados por la velocidad y lo efímero.

Bauman llama “venganza del nomadismo” a este nuevo proceso en el que consumidores exacerbados fluyen por la modernidad líquida con enorme comodidad, desechando productos, recursos y gente, sin ningún tipo de anclaje moral o ético.

Éstas son las cualidades de esta “realidad liquida”, que tiene muchas dificultades para conservar su forma, que es impredecible, lo cual genera una sensación de indefensión ante las crisis y la precariedad.

Esta es la nueva condición del mundo global. Efectivamente, todo se ha desvanecido y han dado paso a cambios profundos que Zygmunt Bauman ha ido señalando. Nos dice que la incesante cultura de consumo ha generado residuos humanos, gente que sobra, desperdicios humanos que fluyen en el torrente y son incapaces de ser incorporados dignamente a la sociedad, contribuyendo así a incrementar más la sensación de inseguridad. “Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias” (2004), es un crudo relato de la situación en la que viven las poblaciones “superfluas”: inmigrantes, refugiados, mujeres, niños… generando la aparición de la “aporofobia”, el miedo y repulsión a los pobres, el miedo a que logren saltar los muros o escabullirse en los intersticios del sistema.

La creciente incertidumbre produce un tipo de miedo inédito, un miedo constante “Miedo líquido” (2006) y una adicción por la seguridad. Se ha desatado un clima de constante sospecha, ahí donde llegó el progreso y el desarrollo, es donde más miedo hay. La obsesión por la seguridad es proporcional al desmantelamiento del Estado de bienestar, a más restricción de derechos más inseguridad y riesgo, consecuentemente, aumenta la sensación de constante indefensión, el miedo líquido conquista toda la vida social. Ansiedades y estremecimientos que se gestionan y cotizan muy bien, generan un círculo vicioso, en donde la seguridad es un bien inalcanzable pero deseado por todos.

Entonces, en una sociedad en donde la vida debe transitar por agresivos torrentes, es muy difícil hacer planes de largo plazo, proyectarse individual o colectivamente. La modernidad líquida compone un tipo de nuevo de Sujeto, un sujeto desanclado de cualquier responsabilidad e incapaz de establecer vínculos duraderos. Los vínculos humanos, se vuelven frágiles y transitorios. El miedo líquido a pervertido los afectos humanos, la sospecha constante provoca la erosión de valores que eran fundamentales para la civilización: la colaboración, la solidaridad, el amor al prójimo hasta llegar a la erosión jurídica y política de los derechos humanos. “Amor líquido” (2003) representó un enorme aporte de Bauman para la comprensión del fenómeno de la desafección.

El amor líquido caracteriza un tipo de relaciones transitorias, instrumentales y con bajo compromiso. La lealtad es un valor avejentado, los compromisos son transitorios y las relaciones de pareja se han convertido en una “coalición de intereses” que confluyen para evitar el riesgo y las tribulaciones de la fragilidad. Las relaciones se empiezan y terminan con rapidez, ya casi nadie es capaza de soportar las exigencias de construir una relación duradera, prima la lógica del cálculo y el consumo, si una relación exige tiempo y dedicación la relación está condenada a desaparecer, pues el amor líquido se caracteriza por fluir y desanclarse rápidamente. Lo mismo pasa en las relaciones familiares, la desatención entre padres e hijos ya es la norma, la amistad también sucumbe ante el torrente, “no hay tiempo para vernos” es la eterna frase que sentencia una tendencia generalizada y que ha llevado incluso a la paulatina desaparición del sentimiento de comunidad, de pertenencia.

Los efectos ético-morales y políticos son nefastos, en su libro “El arte de la vida” (2009) asegura que no puede haber valores sólidos que sirvan de marco de referencia a la sociedad porque los acontecimientos, novedades o perturbaciones que nos llegan sólo duran un día “hasta que los presentadores de televisión, conteniendo la respiración, anuncian la llegada del siguiente acontecimiento histórico o revolucionario”, en un mundo sobremoderno y líquido la política también se licua, fluye y se vuelve un torrente incontrolable. Ya nadie toma en serio la identidad política, la ideología y los programas apenas son un mero trámite. Los efectos de la política líquida lo vemos también en la Posverdad, en los “fake news” y como dijo Chomsky, la incapacidad de la gente de creer en los hechos, mucho menos creen en la política.

El núcleo dela política líquida no es el antiguo bien común, más bien el bien individual. La búsqueda de la identidad y de un arraigo siguen siendo importantes, pero ya no como búsqueda de la felicidad colectiva, sino, como aspiración híper individual. La construcción de identidades colectivas sólidas en la política es ahora imposible, por la existencia de una miríada de identidades flexibles, volubles y mutables, cada una con sus intereses y agendas particulares. Las élites dominantes son ahora protagonistas de una estética de consumo y objetos de adoración por parte de las mayorías pobres que solo observan de pasada el espectáculo del lujo, el consumo y la novedad.

Las redes sociales son también criticadas por Bauman porque generan una falsa ilusión de comunidad en la que no se necesitan ni se desarrollan habilidades sociales. No se constituyen grupos con identidad definida, más bien enjambres de individuos que se asocian y se separan con fines específicos.

En el 2011 inicia sus reflexiones sobre el impacto ético de la sociedad posmoderna, “Ética posmoderna” es una reflexión sobre cómo se han relativizados los marcos referenciales para evaluar los hechos. Los impactos de la política líquida en la ética son tan desagradables que asistimos al espectáculo desmesurado de la corrupción de alto vuelo, un tipo de corrupción desmesurada, sofisticada y perniciosa, que corrompe no solo a los políticos y al Estado, sino, a toda la sociedad destruyendo la institucionalidad y los lazos sociales.

Uno de sus últimos trabajos es “Ceguera moral. La pérdida de la sensibilidad en la modernidad líquida” (2015), introduce el concepto de “adiáfora”, que en griego significa “indiferente” y señala el desplazamiento (mental y sociocultural) de los individuos a un campo en el que están libres de cualquier consideración ética o presión moral, generando que se quiebren los mecanismos sociales por los cuales “nos duele el dolor ajeno”. Inmunes a cualquier empatía, corre peligro la idea misma de comunidad de pares y de sociedad, sumiéndonos en un estado permanentemente indoloro, entumecido.

La modernidad líquida es una situación de indiferencia total, en la que los individuos toman decisiones sin importarles las consecuencias en los demás, una sociedad en la que la norma es el egoísmo. En estos torrentes de licuefacción es necesario encontrar soluciones que partan por aceptar las nuevas condiciones de fluidez, asumiendo el riesgo y la incertidumbre como parte del desafío de intentar construir algunos diques sociales y culturales que impidan que el torrente de la modernidad líquida termine por barrernos a todos.


Escrito por

Jorge Millones

Trovador y productor. Aficionado a la filosofía y las ciencias sociales.


Publicado en

Cascabel: Textos, imágenes y sonidos para el cambio.

Blog para compartir reflexiones que acicateen el pensamiento crítico y circular información solidaria e inflamable.