En el mercado nadie juega limpio, el más fuerte siempre tuerce la “mano invisible” (aquella ficción taumatúrgica) para sus propios beneficios e intereses. Lo experimentaron los norteamericanos a comienzos del siglo XX cuando John D. Rockefeller se convertía en el hombre más rico de la era moderna gracias al monopolio del petróleo que ejercía su empresa Standard Oil. En la producción, transporte, refinación y comercialización de los productos podía, sin ningún escrúpulo ni control, fijar los precios y todos pagaban sin chistar.  

La concentración del mercado del petróleo no sólo hizo quebrar a las empresas competidoras, fijaba los precios y crecía la influencia de Rockefeller en otros ámbitos de la vida pública nacional, pues el poder económico no camina ni se desarrolla sin el poder político.

Esto abrió un debate nacional sobre monopolios y EEUU -que ya los había ilegalizado con la Ley Sherman- terminó disolviendo el monopolio de Standard Oil a través de una resolución de la Corte Suprema aplicando los criterios de dicha ley.

En el Perú tenemos monopolios y “mercados concentrados” en GLP, lácteos, cervezas, medios de comunicación y ahora con la operación de Inkafarma, en los medicamentos. Con esta fusión las empresas eluden su criticada jugarreta de la “concertación de precios” y gracias a los vacíos legales que existen (no hay ley anti-monopolios) la ciudadanía quedará desprotegida.

A estas alturas de la crisis que vivimos, una ley de control de precios es insuficiente y la ley anti monopolios debe darse dentro del marco de un cambio constitucional, pues la Constitución fujimorista es quien alienta y permite que el mercado sea dominado por unos pocos.

Es el momento para que la ciudadanía haga el enganche entre las injusticias de los monopolios y la crisis moral del “régimen lobbysta”. Un momento constituyente.

FUENTE: larepublica.pe