#ElPerúQueQueremos

Decíme, Daniel

Publicado: 2017-11-02



Le debo al periodista e investigador social uruguayo Raúl Zibechi el honor de haber pasado un momento eterno con el trovador uruguayo Daniel Viglietti recientemente fallecido el pasado 30 de octubre en Montevideo. La muerte nos apagó la música, en un quirófano se cerró toda una época y un paro cardiaco nos recordó que hasta los más grandes deben irse.

MUCHO GUSTO SEÑOR

Hacia fines de septiembre del 2008 Zibechi, nuestro amigo común había logrado que el maestro me recibiera por solo 5 minutos. Acababa de llegar de la selva Lacandona de México, estuvo viviendo en un campamento zapatista con el mismísimo Subcomandante Marcos. Al parecer contrajo una enfermedad tropical y estaba muy grave, lo que provocó que el gobierno del presidente Tabaré Vásquez lo mandara a traer con dos agentes uruguayos encubiertos que llegaron hasta el campamento. Viglietti se enfureció y no quiso regresar, el Sup Marcos tuvo que convencerlo, finalmente y a regañadientes, aceptó. Al poco tiempo de llegar a casa, me recibió.

El encuentro fue en un departamento muy lindo y acogedor en el centro, una señora nos recibió con dos tazas de café bien cargado a mi amigo y a mí. Mientras, desde los cuartos del fondo se escuchaban gritos y maldiciones del viejo Viglietti mostrando su indignación porque el gobierno uruguayo lo había sacado de Lacandona, él lo sentía como una ofensa a su fuerza revolucionaria y experiencia militante. Mi amigo me decía “Y, así es Daniel. Quizás que se moría en la selva y todos iban a culpar a Tabaré. Daniel es un patrimonio ya del Uruguay”.

Los gritos seguían y me incomodé mucho. Le dije a mi amigo que mejor canceláramos la visita, “no te preocupés, ya verás que se le pasa” y de pronto, mientras me calmaba, apareció Daniel Viglietti. Encorvado, increíblemente sonriente y con una vieja grabadora de casete en la mano: “¿Vos sos el peruano verdad? Zibechi dijo: “Hola Daniel, aquí te traigo el compañero que te comenté. Bueno los dejó solos para que charlen. Ya vuelvo”. Sin más, se marchó y me dejó solo con Viglietti mientras yo me hacía una bolita muy chiquita de nervios.

He tenido la suerte de conocer a muchos de los músicos que admiro y siempre me comportado con aplomo, pero con Viglietti por alguna razón estaba aterrado y abrumado. Encima, sólo tenía 5 minutos. Me dijo: “Mirá, te voy a entrevistar para mi programa de radio. Aquí tengo un programa de radio, se llama Tímpano. Tres preguntas rápidas y sencillas, respondés brevemente, por favor”. “Muy bien señor”, le dije.

UNA CLASE GRATIS

Y arrancó, ya no me acuerdo qué me preguntó, pero los 5 minutos se trasformaron en 3 horas. Mi amigo subió dos veces a recogerme, pero seguíamos entre la charla y la guitarra. “¿Trajiste guitarra vos? A ver, sacála, toquemos algo.” Sí, tuve el honor que Viglietti tocara mi guitarra y que me enseñara algunos trucos que él había aprendo con los años para poner y estirar las cuerdas. “Decíme Daniel”, y yo estaba a punto de caminar por el techo de la alegría.

Conversamos de su estadía en el Perú, sabía mucho del Perú, no solo los platos. Sabía de la historia de las guerrillas peruanas y manejaba información muy actualizada de todo lo que pasaba en el país. Conocía a Hugo Blanco -a quien por esos años yo veía seguido, pues vivía en el Cusco- y le conté cómo estaba y en qué aventuras estaba ahora. Escuchó con atención todos los procesos de lucha indígena por el territorio tanto en la sierra como la Amazonía, le conté sobre el viraje neoliberal del APRA y no le sorprendió nadita.

A mí me impresionaba como como se acordaba muchos versos de Vallejo, me dijo que conoció a José María Arguedas y que siempre lo admiró. Conversamos de José Carlos Mariátegui, de Hugo Pesce y su “excomunión” de la Komintern por sus discrepancias con Codovilla en el mismo Montevideo a fines de los años veinte. De los tupamaros, del revolucionario uruguayo Raúl Sendic, de su exilio por culpa de la dictadura, de cómo él concebía la canción y su oficio de cantor popular y también de la militancia del artista popular.

Gracias a Viglietti, en tres horas entendí el rol del artista militante en el frente cultural, muchas veces ninguneado. Entendí que es necesario conservar la memoria y dar cuenta de los procesos actuales de lucha, entendí que el sostenía con el ejemplo, un paradigma muy difícil de sostener, “la revolución se explica con el ejemplo”.

Con casi 20 discos grabados en estudio y otros tantos grabados en directo, Viglietti posee una discografía impresionante de canciones originales y recopilaciones de otros autores. Memorables son sus conciertos con el poeta Mario Benedetti, sus dúos con Serrat, Silvio y otros grandes del canto nuevo latinoamericano. Con un peculiar estilo guitarrístico es el padre musical de muchos nuevos cantautores “indie” del Uruguay y hasta el 30 de octubre pasado, patrimonio vivo de su patria.

GRACIAS DANIEL

El mundo nunca ha tenido tanto acceso a la música e información como hoy, sin embargo, el cinismo y la desinformación se enseñorean y la ignorancia es cada vez más atrevida. Es importante que las nuevas generaciones sepan quiénes fueron maestros como Daniel Viglietti, es necesario que conozcan éxitos como “El chueco Maciel”, “A desalambrar” (que también cantó Víctor Jara), “Cruz de luz”, “Duerme negrito”, “Anaclara”, “Otra voz canta”, entre muchas. Deben ser escuchadas y explicadas no solo porque “hay que conocer la historia”, sino, porque hay cambiar la historia.

Pésimo turista como soy, no llevé cámara a ese viaje. Estuve en su casa en Montevideo y conversamos tres horas. Lo único que me queda de esa mágica y aleccionadora jornada fue este regalo que me hizo: Un pack con tres discos que sintetizaban su trabajo, la dedicatoria dice:

"A Jorge Millones, con un abrazo donde se unen César Vallejo y José María Arguedas con Sendic.

Daniel Viglietti

(28-9-2008)”

¡Hasta la Victoria siempre, Daniel!


Escrito por

Jorge Millones

Trovador y productor. Aficionado a la filosofía y las ciencias sociales.


Publicado en

Cascabel: Textos, imágenes y sonidos para el cambio.

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